Las drogas y la espiritualidad

La asociación que muchas personas hacen entre las drogas y las experiencias místicas, entendiéndolas como un camino de apertura y evolución espiritual, no es algo surgido en estos últimos tiempos, de hecho, tuvo su pico tras la explosión cultural del hippismo de los años 60, pasando por varias instancias en los momentos posteriores a su primera etapa de popularización.



Promocionado por figuras públicas del mundo del espectáculo, también de algunas sectas y movimientos representativos de aspiraciones del despertar de la conciencia, y hasta sugerido incluso por intelectuales como Aldous Huxley o Castaneda, la oleada se expandió por diversas corrientes artísticas transformándose en una moda muy duradera.

Por supuesto, muchas de las personas que transitaban las experiencias, tanto "lisérgicas" como "chamánicas", eran (y son, las actuales) difundidoras desde el llano de dichas prácticas, pero no es un dato menor que el uso de diferentes sustancias en pro de una elevación espiritual haya sido tan estimulado desde los sitios de mayor visibilización cultural e influencia, como películas, canciones, libros, etc, con muchísimos referentes culturales a la cabeza.

La estigmatización y prohibición desde el lado opuesto de esta corriente, se establecía como contrapartida desde el mundo tradicional, resistente a los nuevos cambios, cosa, que contra su propia intención, ayudó a acrecentar la nueva ola de experiencias supuestamente espirituales a través de por ejemplo el lsd o el peyote, dotándolas de una cualidad de rebeldía y transgresión, que en verdad lo eran solo relativas a la tradición heredada al momento y no en el sentido amplio y total, como es menester en una verdadera liberación.

Realmente, y de hecho, la vida que ofrecía el viejo mundo era aburridora y repetitiva, y las necesidades de los jóvenes que comenzaron a ver en la antigua india un camino de regreso a su propio ser, crecieron con la expectativa de que el atajo de las drogas les acercara a un estadío superior de su conciencia.

Por supuesto nuestra cultura no adoptó la disciplina (palabra que comparte raíz de significancia con "discípulo") para entender que la limpieza total de la mente es una de las condiciones para ampliarse sin límites, para conseguir estadíos de meditación porfunda, para liberarse de las cadenas de dependencia del mundo material. Nuestra cultura, solo adoptó los conceptos e inventó la idea de alcanzar los mismos a través de una solución relativa al consumo y la experiencia (como no podía ser de otra forma)

Por tanto las drogas ocuparon un rol similar al de una especie de "tours a las antesalas a otra dimensión" o "breve ampliación de las capacidades de percepción", conformando al buscador ocasional en un nivel presuntuosamente elevado, que no es más que una pequeña muestra de aguados y reducidos colores, que sorprende al contrastar con nuestra vida de grises, pero que nos desvía de la gran vertiente de colores y tonalidades existentes en búsquedas y prácticas verdaderas y profundas.

Las mezclas conceptuales siguieron hasta nuestra época, y hoy es tan natural drogarse como "meditar", pero no se desnudan los conceptos ni las prácticas que ello contiene para poder analizar en detalle que implica cada cosa, sino que desde la presuposición se explota la experiencia con urgencia por acceder a algunos niveles de trascendencia. Nuestra cultura es la de lo instantáneo, no la de la consagración total, sino la de la experiencia parcial, en que meditar e ir al prostíbulo o mirar pornografía puede convivir sin que eso genere ni siquiera la sospecha de estar viviendo una ilusión al respecto.

Nuestra sensación de vacío se hace cada vez más evidente, y el mundo en el que debemos desenvolvernos, cada vez más mecánico y muerto, nos empuja a buscar en el hartazgo nuevos caminos, que a causa de nuestra poca profundidad al respecto, terminan siendo simplemente experiencias anecdóticas y no revelaciones que nos llevan a un cambio revolucionario y definitivo.
Toda termina siendo parte de la misma cosa, y lo que prometía liberarnos, termina por ser otra cadena bonita y excitante.

A pesar de la vieja idealización (aún vigente) hacia escuelas de oriente o culturas precolombinas, nuestro mundo moderno siempre ofrece un camino que nos permite persistir en el ya formado orden de las cosas, en los rígidos esquemas establecidos en nuestra propia programación emocional e intelectual, para experimentar la sensación de doblarlos ligeramente con el consumo de drogas, mezcladas con la idea de una aspiración superior.

No se niega la fuerza de las experiencias personales, ni que tras consumir alguna droga pueda percibirse un poco más de lo habitual, lo cual es impactante para una mente apesumbrada en la rutina de lo cotidiano, sin embargo, este camino, resulta para quien lo transita, un estadío más de negación a la posibilidad de encarar el verdadero viaje a nuestro mundo interior con una mente clara, limpia, profunda, amplia e individisible.

La meditación rompe todos los esquemas conocidos, y nos ubica en el desconocimiento total y absoluto, desde la libertad de la no dependencia, sin efectos colaterales, sin daños, sin limitaciones. No es tan fácil como tomar una droga, no es tan accesible para una mente perezosa, no es superficial ni automático ni vendrá a quien ansíe experimentarla. Por eso difiere tanto de las llamadas experiencias místicas con drogas, que solo quien lo ha vivido puede dar cuenta de ello para que sirva a algún otro de advertencia.

El tema es tan profundo y los enredos conceptuales que se han ido desarrollando en nuestra cultura al respecto, tan complejos, que debiera escribirse un libro más que un artículo, pero por ahora deberemos sacrificar la extensión a fin de cumplir con un texto incipiente que despierte la curiosidad a una nueva (nada nueva) forma de mirar el asunto.

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